viernes, 20 de noviembre de 2015

ENMASCARADO (XXXIII). CAP.8: NO HAY COMIENZO SIN UN FINAL






V


   Le sorprendió su llamada. Lo último que hubiera esperado en esa confusa tarde era que Magdalena le llamara para invitarle a cenar en su casa. Las dos veces que había estado allí se había acostado con ella.

   A las nueve en punto y vestido de forma informal –tal y como habían quedado– Nico llamaba a la puerta de Magdalena.

   –No es un Muga Aro de 2005, pero creo que servirá –dijo él al enseñarle la botella de vino que había llevado, un Marqués de Riscal de 2006 de poco más de quince euros, mientras la daba un beso en la mejilla.
   –Sí, seguro que vale. He preparado una lasaña de espinacas. Espero que te guste.
   –¡Sí, claro, perfecto!

   Nico la ayudó a terminar de poner la mesa. En realidad solo quedaban unos pequeños detalles, como las copas de vino y poco más. Algo le decía que lo que allí iba a pasar sería importante.

   –¿Qué tal con el nuevo caso? –preguntó Nico con cierta despreocupación, como quien no quiere la cosa –casi por cortesía– tratando de esconder la angustia de su interior.
   –¡Ah, no, no me apetece nada hablar del curro! –dijo Magdalena, tratando de cortar por lo sano.
   –Todavía no me creo lo que le ha pasado a Lucas.
   –Sí, yo tampoco.

   Charlaron de cualquier otra cosa que se les ocurría, pero la complicidad no parecía la misma que la de unos días antes en el Club Allard. No había las mismas risas. Entonces, cuando estaban comenzando a tomar el postre –una deliciosa mousse de chocolate blanco con granada– Nico, contrariado, hizo el comentario que empezaría a cambiarlo todo en su vida.

   –Me ha sorprendido que me llamaras hoy, así, de repente, invitándome a cenar, y en tu casa.
   –¿No te ha gustado?
   –Sí claro, pero no sé… a veces pienso que estás jugando conmigo.
   –¿Por qué piensas eso?
   –En una ocasión dijiste que no querías tener nada con ningún compañero…
   –Creo que sabes mejor que nadie que ya me he saltado mis principios un par de veces. Mira Ismael, no sé si será un juego, pero está siendo divertido. Yo al menos me lo estoy pasando muy bien y tú… tú creo que también –dijo, ahora sí, divertida, Magdalena fijando sus ojos verdes en él, mientras chupaba la cuchara de forma juguetona.
   –Para mí no es un juego…
   –¡Uy, uy, uy, si creo que mi hombrecito se ha enamorado! –dijo Magdalena mientras se levantaba y se iba a sentar encima de sus piernas.

   No necesitaron llegar al dormitorio para que se desatara la pasión entre ellos. Comenzaron los besos, en la boca, en el grácil y blanquecino cuello de ella… Se despojaron mutuamente de sus camisetas. Un minuto después Nico apartaba de cualquier manera los platos, copas y cubiertos de la mesa y la tumbó allí mismo. Mientras la desabrochaba los pantalones vaqueros, Magdalena alcanzó a meter un par de dedos en una de las copas de la mousse, extendiéndosela por uno de los pechos y su terso vientre. No tardó él en acudir a tan grata invitación, lamiendo su cuerpo manchado de blanco, para después jugar con su lengua con el piercing de su ombligo y seguir hasta su sexo. Tras los juegos preliminares, comenzó a penetrarla como si fuera la última vez… pero no sería así. Hicieron el amor varias veces más; en el suelo, de pie, hasta que acabaron en la cama donde compartieron sudor, efluvios... gustándose, sin prisas. 

   Cansados ya de tanto derroche, de tanta pasión, se quedaron aletargados en la cama –que esta vez tenía sábanas rojas de percala–. Nico –todavía con los ojos cerrados– trataba de recuperar la respiración. Magdalena –también fatigada– le miraba de soslayo con un gesto de satisfacción.

   –¡Ha sido fantástico, verdad… Nicolás!

   El golpe fue brutal. En ese momento lo que menos esperaba Nico es que ella le llamara de esa forma. Hizo como si no la hubiese oído.

   –¿No dice nada… señor Blanes?

   Ya no quedaba ninguna duda. Lo que no había conseguido Lucas, lo había conseguido su avispada compañera. Nunca pensó que ella fuera a ser tan vil de hacérselo saber en una situación como aquella, desnudos, después de haber follado, casi jadeantes.

   –Fui al campo de golf de la Moraleja, donde eres socio. Lucas hizo algunas cosas bien, pero no todas. Leí su informe en el que decía que se había reunido allí con tu socio, con Arturo, pero no se le ocurrió pensar que si él era socio, tú también lo podías ser y así tratar de conseguir más información. No, nada más saber tú dirección, rápidamente fue a investigar por allí, y resulta que vio tu coche de empresa por allí cerca. Pensó que os conocíais, pero nunca supo que erais la misma persona. Yo hablé con el personal de administración del club. Hubo uno que trató de hacerse el duro, diciendo que no podía dar información de los socios, pero rápidamente salió el baboso que no puede resistirse a dos gestitos de una chica como yo y me dejó tu ficha.
   –¡Siempre supe que eras una chica especial, muy, muy lista, la mejor sin duda! –dijo Nico mirándola con admiración pero a la vez con un cierto temor. Ahora estaba en sus manos, pero eso no era lo que más temía. Le dolía mucho más pensar en que aquello se podía haber acabado. Se había enamorado. 
   –Sí, lo sé. Lucas también trató de rastrear tus redes sociales, y no encontró nada de nada; habías sido listo y habías bloqueado el acceso, pero no se le ocurrió que podías aparecer en alguna fotografía en los perfiles de tus amigos. La verdad es que me estoy empezando a decepcionar con nuestro compañero. Encontré una de una fiesta del pasado otoño en la terraza de una discoteca y entre esa, la del campo de golf y el informe detallado de todo lo que había hecho Lucas no tuve la menor duda. Has cambiado algo, el color del pelo, te has rasurado la perilla, pero claro, yo he follado contigo y hay detalles que para otro pasarían desapercibidos, pero para mí no, como esta marquita que tienes aquí –dijo Magdalena, besándole sobre la misma.

   Nico no esperaba ese gesto y de forma instintiva se separó unos centímetros.

   –¿Qué vas a hacer ahora?
   –No lo sé.
   –Deberías cumplir con tú trabajo; demostrar que eres la mejor. Don Anselmo estará encantado.
   –Sí, debería…

   Magdalena se quedó callada, mirándole, y él supo lo que estaba pensando.

   –¡Venga, hazme la pregunta que estás pensando! –le demandó Nico.
   –¿Qué pregunta?
   –¡Sabes bien a qué pregunta me refiero!

   Magdalena se quedó en silencio durante treinta segundos, treinta segundos que parecieron una vida entera. Nico siguió mirándola, desafiándola en silencio. Ella supo inmediatamente que no tenía más remedio.

   –¿Tienes algo que ver con la muerte de Lucas? –dijo por fin ella, aunque por su mente lo que había pasado realmente era preguntarle si había sido él quién había matado a su compañero.
   –¿Tú qué crees? –volvió él a preguntar, demandando una respuesta antes de ofrecer la suya propia.
   –No lo sé, Nico, es todo tan difícil, tan extraño. Te estás haciendo pasar por una persona que no eres. Lucas te está investigando, ha llegado a algunas conclusiones y de repente es asesinado desapareciendo únicamente la maleta donde puede llevar información relevante al caso. Me gustaría pensar que no, ¡pero no lo sé! –dijo Magdalena a punto de llorar.
   –Entonces, si no lo sabes, me tengo que ir. No está bien que te acuestes con asesinos.



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