domingo, 21 de junio de 2015

ENMASCARADO (XII). CAP. 3: REINICIANDO





III


   Los señores Echevarría hicieron bien los deberes y a los dos días, tal y como habían quedado con Ismael Moreno –Nico a lo largo de los treinta y siete primeros años de su vida– aportaron toda la documentación que este les había requerido. Qué decir tiene que la señora Echevarría había llevado la voz cantante. Nico había intuido que el pobre señor Evaristo se había llevado un buen rapapolvo en casa por las palabritas de la anterior reunión y –pensó– que de no ser porque probablemente el matrimonio ya no tenía sexo frecuentemente, por no decir nunca, esa noche el señor Echevarría se había quedado sin mojar. Después de acompañarles previamente hasta la salida pudo ver a través de la ventana de su oficina como salían por la puerta del edificio y se acercaban hasta el coche, agarrada ella del brazo de él.

   –Si no le abre la puerta me corto una mano –se dijo así mismo Nico–. A los cinco segundos no pudo por menos que sonreír. Había salvado su mano. ¡Sí señor, un matrimonio como Dios manda, como los de antes! –concluyó.

   Comenzó a analizar la información. El moroso era un tal Miguel Buendía López y era empresario de hostelería, concretamente tenía una discoteca en Madrid. Al menos ese era el negocio para el que “Echevarría, comercializadora de bebidas y alimentación, S.L.” trabajaba. Habría que investigar más sobre otros posibles negocios. La discoteca se llamaba Night Fever –que original, se dijo Nico, justo antes de darse cuenta que el nombre le sonaba y no por la película de Travolta, sino porque probablemente, muy probablemente incluso, había pasado por allí en una ocasión a altas horas de la madrugada–. La deuda ascendía a algo más de catorce mil euros –catorce mil ciento dieciocho euros con sesenta y cuatro céntimos, según le había informado la señora Echevarría, experta en cuentas de la S.L., de viva voz y sin tener que recurrir a ninguna anotación.

   Concluir el expediente le llevó a Ismael casi dos semanas a tiempo completo. Ilusionado con su nuevo trabajo y con la confianza que le habían mostrado los de arriba –como solían referirse sus compañeros a los jefes– quería mostrarse como una persona altamente competente y de fiabilidad a la que se le pudiera realizar importantes trabajos. La labor no había resultado nada fácil. No se había encontrado registros judiciales sobre deudas, aunque sí el hecho de que el señor Buendía tenía antecedentes penales. Una pelea de juventud en la que había habido navajas de por medio. Reyerta era la palabra exacta. En cambio si figuraba una deuda reciente en otra empresa de la competencia, en la empresa que se encontraba dos plantas por encima de ellos. No le gustó la idea, a pesar de no saber cómo se encontraba el asunto con ellos. Al parecer, al señor Buendía últimamente no le iba muy bien. Era el momento de hacerle una visita.

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   Bajó hacia el garaje del edificio en busca de su coche de empresa. El garaje era compartido por todas las empresas que tenían su sede allí, si bien cada una de ellas tenía una zona propia. La primera vez que Nico visitó el aparcamiento no pudo por menos que pensar que aquello era todo un show, pues además de los utilitarios de los trabajadores, se encontraban los vehículos propios de trabajo, caracterizados en algunos casos por llamativos colores, y en todos por unos nombres que no dejaban lugar a dudas acerca de la dedicación que se les daba. Allí se encontraban los vehículos negros del afamado “El Cobrador del Esmoquin”, los grises de “El Elefante Cobrador”, los rojos y blancos de “El Cobrador Audaz”, los azules de “El Templo del Cobro” y por supuesto, los amarillos de “La Máscara, cobro de morosos S.A.”

   El Volkswagen New Beetle –de tres puertas y ciento dos caballos de potencia– había sido el modelo escogido por “La Máscara”. Don Anselmo, máximo accionista de la empresa, –nostálgico y gran entendido en coches– quiso que fuera un coche llamativo. Su sueño y primera idea había sido en realidad disponer de unos cuantos clásicos americanos de los años 30 y 40, parecidos a los de las películas de gánsteres, tal vez algún Playmouth o Chrysler Airflow, pero ante la dificultad de conseguirlo, se había decidido por el modelo alemán. Lo más llamativo del vehículo, sin embargo, era el dibujo que llevaba en el capot, la imagen de Jim Carrey con la cara verde y una “kilométrica” lengua roja que salía de una deformada boca y que alcanzaba hasta la zona de la matrícula. En las dos puertas laterales –la del conductor y su acompañante– se repetía la imagen en menor tamaño, acompañada del nombre de la empresa “La Máscara, cobro de morosos S.A.”. Indiscutiblemente, eran unos coches que no pasaban desapercibidos.




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