viernes, 15 de mayo de 2015

ENMASCARADO (VII). CAP. 2: UNA DECISIÓN COMPLICADA








 IV 


   Miraba sus pies. No entraban del todo en el espacio que quedaba tras la valla. Seguía aferrado a los barrotes azules. Sentía miedo. No era el mismo miedo que aquella vez. Entonces la duda estaba en si todo saldría como debía salir. En estos momentos la cuestión es que ya no habría nada más, se acababa todo. Game over. Al menos en esta vida.

   La evocación a otra posible vida en el más allá, le hizo recordar aquellas catequesis de la primera comunión cuando era un chaval. Cielo, infierno. Pues resulta que va a ser infierno. Los suicidas van al infierno ¿no? ¡Y sin confesarme! ¡Qué rápido pasa el tiempo! Se vio así mismo treinta años antes, en su casa, con sus padres y su hermana Isabel, cuatro años mayor que él. Habían sido unos años muy felices. Pertenecía a una familia de posibles. Rica no, pero sí acomodada. Su padre era traumatólogo y su madre una prestigiosa abogada matrimonialista. No pudo por menos que empezar a reír. Reía a carcajada limpia.

   – ¡Joder, con la hostia que me voy a dar!, ¡mira que si no me mato padre, te dejo trabajo hasta que te jubiles. Menuda faenita, ja, ja, ja!

   Sintió que la risa le hacía sentirse mejor. Menos nervioso. Nueva mirada hacia abajo.

   – Está alto de cojones, ¿eh, Arturo?

   Esperó la respuesta de Arturo durante unos segundos. Arturo no respondió. Arturo no estaba allí. Estaba él solo. Su nuevo proyecto no podía ser compartido con nadie. Al fin y al cabo se trataba de un suicidio.

   Siguió recordando su infancia, los amigos, el barrio, el colegio, aquél traje con chaqueta de punto color vino y la corbata que tanto odiaba. Años después se convertiría en una prenda habitual. ¡Y las chicas! Curiosamente, en ese momento no lograba acordarse de ninguna compañera de colegio que hubiese sido especial para él. Seguramente la habría, pero solo le venía a la mente Rocío, una de las mejores amigas de su hermana. ¡Qué tetas! Dieciséis años ella, trece recién cumplidos él. Llevaba entrando en casa toda la vida, pero los dos últimos, cuando se le despertó el deseo sexual, fueron fantásticos. Especialmente cuando se encontraba solo. Algunos años después sería la chica con la que mantuvo su primera relación. Luego, una carrera de fondo. Por su vida pasaron muchas chicas. Muchísimas, ahora que lo pensaba, pero muy pocas fueron especiales para él. Tenía un aspecto físico muy agraciado que lo había conservado hasta el momento. Metro ochenta y siete, setenta y ocho kilos de peso, moreno, ojos verdes, una sonrisa seductora que favorecía su elegante perilla y encima inteligente, simpático, con don de palabra, una gran facilidad para ligar y dinero. Dinero para salir de fiesta, para comprarse ropa, caprichitos caros, para viajar, coche recién cumplidos los dieciocho. Había sido afortunado, sí, muy afortunado. Terminó la carrera –medicina como su padre–. No le gustaba. No ejerció, provocando un gran malestar en casa. Había obtenido unos resultados más que decentes, aunque podían haber sido mejores si hubiese llevado una vida más ordenada, como le pedía su madre. Momentos difíciles que se solucionaron cuando aceptó un trabajo que su padre le buscó en una empresa de un amigo de la familia. Aprendió mucho. Aprendió rápido. Lo aprendió todo o casi todo. Ascenso. Más dinero. Ascenso. Más dinero, más poder, más responsabilidad. Ahí se le despertó el instinto depredador. Tiburón le llamaban algunos.

   – ¡Poco agua va a ser ese para un tiburón! Risas de nuevo.

   Muy bien pagado. Nunca lo suficiente. Trabajo bien y le estoy haciendo ganar mucho dinero. Podría hacer lo mismo para mí mismo y ser yo quien obtuviese los máximos beneficios. Costó un tiempo, pero de repente, de la noche a la mañana, al menos fue así para el señor Iglesias, Nico había montado una empresa para competir contra el hombre que le había dado esa primera oportunidad.

   – ¿Cómo eres tan cabrón?, ¡te voy a hundir!, recuerda que fueron algunas de las lindeces que le dedicó su ya ex-jefe.
   – ¡No, te hundiré yo a ti!, –dijo Nico sereno, completamente seguro de lo que decía–, de momento me llevo mi cartera de clientes. ¡Ah, se me olvidaba, le he propuesto un contrato en exclusividad a Emilio Luís! Ha aceptado.

   El recuerdo de Emilio Luís le volvió a poner de mal humor. No tanto por él, al fin y al cabo siempre se había portado bien, sino por la situación. Mala suerte. Muy mala suerte. ¡Y mucha ambición! Demasiada. Excesiva. Ambición por el dinero, por ser el mejor en todo, por ser envidiado, por ser el centro de atención.

   – Mañana apareceré en las portadas de los periódicos. El empresario Nicolás Blanes se suicida arrojándose desde un puente. Se cree que ha sido como consecuencia de la crisis de Lehman Brothers –pensó que podrían decir–. ¡Nico, joder, se realista aunque sea por una vez en tu vida, y más en este momento! Es tu última oportunidad. Tienes dinero y eres conocido en ciertos círculos, pero no tanto como para salir en la portada. Como mucho unas cuantas líneas en la página de sucesos y solamente con las iniciales. 
   – ¡No, no, recuerda, ya no tienes dinero! ¡Solo tienes deudas! ¡Muchísimas!, –le dijo en el interior de su cabeza Emilio Luís.
   – ¡Joder, Emilio, no me lo recuerdes ahora! ¡Déjame suicidarme en paz! Eso es, así, calladito. Mucho más guapo. ¡Hablando de guapos y de guapas, a ver que quiere ahora la otra! ¡Dime, Itahisa!
   – ¡Que no me tire! ¡Ahora me dices que no me tire! Ya no recuerdas que me dijiste que me querías ver muerto. ¡Ah, que era que yo para ti había muerto! Importante la aclaración. ¿Y cuál es la diferencia?, porque para mí no hay tanta. Mucha, dices. ¡Ah, que era una forma de hablar! Un poco tarde, ¿no crees? Mira, dejémoslo ahí. No sé qué es lo que nos ha pasado. ¿Qué nos ha pasado, Itahisa? ¿Qué nos ha pasado?

 

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